Ponencia en el Coloquio Passo de Guanxuma.

PASSO DE GUANXUMA
Mesa: Publicaciones de brasileños en Argentina y de argentinos en Brasil.


EXPERIENCIAS DE UNA TRADUCTORA DEL PORTUGUES
Por Amalia Sato

Ante todo quiero agradecer a Issis Mac Elroy y Eduardo Muslip por la invitación a ser parte de esta mesa, en la que voy a referirme a mi experiencia como traductora. Debo decir que me siento una privilegiada por los libros que me encomendaron traducir y por los que fueron publicados por propuesta mía. Es curioso que en esto de lanzar nombres, cuando una no está trabajando comprometida con ninguna institución, se siente una suerte de libertad virginal: la sensación de que, a pesar de los ya varios años de Mercosur, el desconocimiento mutuo todavía es tal que se puede proponer con entusiasmo algo, y eso puede sonar todavía a descubrimiento, sobre todo viniendo con el toque frescura que tienen las revistas literarias, por citar algunas de las que difunden literatura brasileña o relfexionan sobre los contactos: Grumo, ricardito, tsé, tsé … .

Pero creo que para situar mi relación y mi pasión por Brasil y su cultura, puede resultar de interés relatarles mi pequeña hoja de ruta: en la década del 70 estudié portugués en el Centro de Estudos Brasileiros, cuando estaba en la calle Ayacucho casi esquina Las Heras, en una vieja mansión de arquitectura francesa con su aroma a madera y pisos encerados. Mi deseo de leer Grande Sertão Veredas, mi gusto por la bossa nova, todo eso me acompañó durante los años de estudio con profesoras maravillosas como Maria Teresa Fernandez Beyró, Maria Julieta Drummond o Silvia Estevan, usábamos un libro editado por Kapelusz y escrito por dos profesoras de la casa, ya fallecidas. Los CEB, fundamentales instituciones en la difusión de la lengua y la cultura, esparcidos por todo el mundo, con un criterio de imperio europeo tan afinado en la valoración de la lengua. No había en mi época cátedra de literatura brasileña o portuguesa en la Facultad de Filosofía y Letras, y todo se hacía por curiosidad, como sin obligación, y la Biblioteca espléndida amparaba las lecturas. El tiempo pasó pero no mi interés por Brasil, y desde hace más de diez años estoy a cargo de los cursos de Español para Brasileños – un servicio que la FUNCEB presta a los compatriotas: allí mi oído y mi saber se ampliaron con las historias de los alumnos, que son un catálogo de experiencias de todo ese enorme y diverso territorio.

A partir de 1994 empecé a editar una revista literaria, la revista tokonoma, traducción y literatura – con la peculiaridad de que siempre debía haber algo de Japón en sus números – y en el número 2 publiqué un ensayo de Haroldo de Campos “Plumas para el texto”: una conjunción ideal de teatro noh transcreado al portugués y el parangolé de Hélio Oiticica obrando como el manto de plumas de un ser angélico. Un poco cohibida por haberlo hecho sin contar con su autorización, le escribí al autor y su magnífica respuesta fue una autorización permanente a difundir sus escritos. Y este es el nombre que un poco va a guiar esta exposición de hoy. Haroldo de Campos: el vertiginoso ensayista que parece cumplir el precepto periodístico de en cada línea una idea: su definición de traducción como lectura de época, y de que en consecuencia una traducción puede caducar y autorizar una nueva lectura y revisión. Lo considero un ejemplo en la práctica de esa potencia poundiana para trazar puentes de palabras entre culturas y, cosa increíble, sin traducciones en Argentina hasta las que propuse.

Y fueron dos los libros de Haroldo que se editaron por Interzona y Adriana Hidalgo: Brasil Transamericano (recopilación de sus ensayos sobre literatura brasileña, sin retoques, para dar cuenta de una trayectoria con sus aciertos y sus pátinas de tiempo) y Del arco iris blanco - libro que mereció la portada del suplemento literario del diario “La Nación” por el ensayo sobre Goethe. Sobre todo este último libro representó un desafío como traducción – los textos originales, la transcreación haroldiana y mi traducción de la transcreación – y también como diagramación. Sé que ya ambos son parte de la bibliografía de cátedras universitarias. La idea de la traducción como una operación de escritura de vanguardia, como una experimentación riesgosa que leva el caudal del mundo literario de toda lengua, tiene en Haroldo de Campos a un representante modélico, creo, para la lengua española.

Hago aquí un paréntesis para contarles que acabo de leer los trabajos de dos argentinos que analizan el tema difusión y traducciones, y los voy a citar porque me parecen dos pies fundamentales para situar el tema: Carlos A Pasero y su nota en la revista Graphos (vol. 6, 2004, de la Universidade Federal da Paraíba), Dos palabras del traductor Benjamín de Garay, y el libro de Gustavo Sorá (Universidade Federal Rio de Janeiro) Traducir el Brasil: una antropología de la circulación internacional de ideas, Buenos Aires, Zorzal, 2003. Lo que ambos señalan es la mayor circulación de traducciones de autores brasileños entre fines de la década de los 30 y los 40, la época de gloria de la industria editorial argentina, y cuando también había programas de selección de autores que se cumplían. Y un nombre que destella, como traductor en ese momento, es el de Benjamín de Garay, de quien sólo he podido saber que fue periodista del diario La Prensa y que tradujo Mar Morto de Jorge Amado, Urupes de Monteiro Lobato, Os Sertoes de Euclides da Cunha, Casa Grande e Senzala de Gilberto Freyre, y a Graciliano Ramos. Garay trabajó para la Biblioteca de Autores Brasileños traducidos al español, dirigida por Ricardo Levene, miembro conspicuo de la Academia de Nacional de Historia, quien convocó también a Julio Payró para traducciones del portugués. Este impulso por dar a conocer el genio del alma americana nació, según Sorá, de la simpatía que Bartolomé Mitre sentía por Brasil – una simpatía histórica que venía de la alianza durante la Guerra contra Paraguay. Las cartas de Graciliano Ramos a Benjamín de Garay, y la opinión del crítico Plínio Barreto en “O Estado de São Paulo” sobre los criterios de traducción testimonian una preocupación que actualmente no se expresa. Y cito otro trabajo interesante, Relacoes Brasil-Argentina: a cooperacao cultural como un novo elemento de reflexão historiográfica (1930-1954), de Raquel Paz dos Santos (XIII Encontro de História ANPUH, Rio). Realmente algo muy interesante para reflexionar, pues ante las dimensiones del corpus que en tan poco tiempo se levantó entonces, la situación de los 90 y actual tiene visos de errática y da la sensación de estar esquivando autores fundamentales.

Creo que otro análisis merecerían también las décadas del 60 y 70, cuando traductores como Santiago Kovadloff, Haydée Jofre Barroso, Juan García Gayo o Lorenzo Varela, se dedicaron sobre todo a la traducción de narrativa brasileña, y crearon una serie de libros también ahora agotadísimos. Y la curiosidad de consignar que Mi planta de naranja lima de José Mauro de Vasconcellos, que era recomendado como lectura en las escuelas, convirtió a este autor en el más popular y conocido.

Vuelvo a mis experiencias. Con subsidio de la Academia Brasileña de Letras – tal vez ahí sí haya larvado un programa – la editorial Adriana Hidalgo publicó Revelación de un mundo de Clarice Lispector. Me encomendaron selección, traducción y prólogo: el título original en portugués – que aclaremos no había sido elegido por la autora – A descoberta do mundo fue modificado, seleccioné las crónicas que no resultaran demasiado locales, y me entregué a la tarea mediúmnica de capturar un ritmo. De más está decir que tal era la expectativa por volver a leer a una autora de culto y ya inhallable, que el libro se transformó en un acontecimiento. Y en el prólogo rendí homenaje al misterio con el que Clarice gustaba escudarse. Un libro complejísimo: cuentos, páginas de diario, crónicas a la manera Lispector, a tal punto efervescente que la humorista Maitena dijo en un reportaje que era el tipo de escritura que le gustaría ejercer en el futuro. Sé que en España están reeditando libros de Clarice, inicialmente publicados en Argentina, y no puedo dejar de mencionar a otro traductor fundamental, recientemente fallecido, el argentino Mario Merlino (1948-2009) que tradujo algunos títulos, y a Juan García Gayo que en una mesa sobre traducción rindió homenaje a su esposa brasileña Inosha que fuera su consejera. A medida que traducía a Lispector, me iba preguntando hasta qué punto su estilo no era también deudor del humilde discurso de las empleadas domésticas que tanto la inquietaban y que tal protagonismo adquieren en sus relatos cotidianos, con esa sentenciosa escansión nordestina – que tanto tiene de tantas cosas, pero también del sefaradí de los conversos que vinieron a América, y con que el oído afinado de Clarice con su formación judaica se habrá estremecido. … .

Y llego a Doña Flor y sus dos maridos, que ya iba por su décimotercerca edición por Editorial Losada, en la traducción de Lorenzo Varela (1915-1978). Me gustaría dar noticia de este traductor, poeta en lengua gallega, comunista, exiliado español, que pasó un tiempo en México, antes de recalar en Buenos Aires, donde se integró al grupo de exiliados republicanos y se desempeñó como crítico de arte en El Mundo, Clarín, La Nación, El Hogar, en el programa radiofónico Hora Once junto con Horacio Cóppola, y que en 1975 tradujo la celebérrima novela de Jorge Amado, y que en 1976 tuvo que exiliarse en Madrid por el golpe militar. A propósito, ante los embates del Estado Novo, también Jorge Amado al igual que Monteiro Lobato pasaron un tiempo como refugiados en Buenos Aires. Debo decir que al emprender la tarea, revisé cuidadosamente la magna tarea de Varela, pues cuando se retraduce, no se trabaja contra la versión anterior sino sobre ella, y me impresionó cómo las palabrotas y groserías del original eran suavizadas – es bien sabido que Amado es un autor que emplea un vocabulario con muchas palabrotas y hace juegos de doble o triple sentido-, y cuántos términos que ahora ya podían transcribirse porque eran familiares, habían sido traducidos buscando las versiones más aproximadas en español. Eran los criterios de época, la inevitable marca del tiempo. En mi versión danzan las bastardillas para muchas palabras que implosionan en la lengua española entrando porque ya son parte del saber de los lectores. Decisión que es para mí una de las marcas más fuertes en el trabajo, y que significa una apuesta por la fluencia entre culturas. Algunos le criticaron a la edición de Losada la falta de un glosario con los nombres de los platos culinarios mencionados: pues en mi traducción me jugué por dejarlos en portugués, así como a las invocaciones religiosas. Y hubo una sugerencia que no me aceptaron porque los editores juzgaron que el Doña del título era ya una marca de fábrica: propuse cambiarlo por Señora, La señora Flor y sus dos maridos, pues la viuda tiene sólo 30 años y el dona de portugués es nuestro señora social, aunque una española me advirtió que en la Península es lo contrario.

Y para terminar, diría que esa sí sería una estadística interesante: ver cuántos términos de la lengua portuguesa fueron incorporándose a lo largo de las traducciones, saber cuánto confiaron los traductores en que la similitud fonética, el conocimiento sobre la otra cultura, permitirían abrir como en la selva, pero de las palabras, nuevos senderos conceptuales: transcribir, instalar una lengua dentro de otra. Y concluyo: en el campo cultural, en el campo de traducciones, todo por hacer, sobre la rivalidad folclórica, futbolística, estereotipada – y hasta vergonzosa como lo prueba una nota reciente en la revista La Nación donde un supuesto especialista repite la burda rivalidad por la belleza de las mujeres – interesada, contrastar momentos anteriores iniciales: en la Argentina, la Biblioteca de novelistas brasileños de Editorial Claridad, y la Biblioteca de Autores Brasileños traducidos al castellano del Ministerio de Justicia y Educación, en Brasil especularmente, la Colecao Brasileira de Autores Argentinos (dirigida por Pedro Calmon), empresas que en 1937 ya señalaban un rumbo lúcido que no se continuó. Y situar nuestro propio trabajo, con más conciencia de lo hecho y por hacer.

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